Ya no estás aquí, a mi lado, en la tierra,
la silla está vacía, la voz se hizo silencio,
pero sé que me cuidas desde donde impera
la luz sin ocaso y el tiempo sin hastío.
Fuiste mi Ángel de la guarda en vida,
quien me enseñó a volar sin temor a caer;
y aunque la ausencia es una herida,
tu amor es la estrella que me ayuda a ver.
Desde el cielo infinito, sé que extiendes tu mano,
una luz invisible, un soplo en el viento frío.
No eres recuerdo ausente, ni un adiós lejano,
eres el consuelo fiel que alivia mi vacío.
Gracias por ser mi paz, mi fuerza y mi certeza,
por esa protección que el tiempo no ha quebrado.
Duerme en la gloria, libre de toda tristeza,
porque en mi alma, mi Ángel, siempre has regresado.
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